Por: Pedro Salinas (La República)
Me hubiese encantado entrevistar a Rafael López-Aliaga en La Mula. Tenía mucha curiosidad por el personaje desde el inicio de la campaña. Pero lamentablemente la temprana respuesta que recibió Alberto Ñiquen, editor del portal web, fue: “Lo siento, nosotros somos provida”. Como si Ñiquen y el arriba firmante fuésemos “promuerte”, o qué sé yo, atropellando la verdad. Y nos excluyó de un plumazo. Así como se los cuento.
A pesar de que, en entrevista con Sebastián Ortiz, de El Comercio, señaló que él nunca se corre de las entrevistas. (Dicho sea de paso, toda mi admiración y respeto por la beatífica paciencia y el profesionalismo del mencionado periodista).
Bueno. Luego he seguido las cosas que ha dicho. Y qué les puedo decir. Uno que ha sido talibán, y que ha vivido entre talibanes, puede oler a la legua a otro talibán. Porque López-Aliaga, y no me digan que no, nítidamente tiene el perfil del intolerante extremo.
Uno es como habla y es lo que piensa, como dijo alguien. Todo el que no se alinea con él, es un enemigo. Alguien merecedor de su odio. Y todo lo que suene a crítica, lo llama “difamación”. Ojeen, si acaso no lo han hecho, las entrevistas concedidas a Óscar Torres, de El Trome, y a Ortiz, de El Comercio. Les llama “pendejos”, “difamadores”, y hasta “sicarios”. En su temperamento está agredir e intimidar a quienes le hacen preguntas que no le placen. Exhibe arrogancia y patanería, y pontifica con violencia verbal, con una naturalidad que, no sorprendería en un tipo que se sabe platudo y acostumbrado a mangonear y a hacer lo que le da la gana, la verdad.
Pero claro. De súbito caemos en cuenta de que es alguien que está a la caza del mayor poder del Estado. Con ideas, por lo demás, retrógradas y perniciosas para la democracia y los derechos humanos. Y el resorte de la ira soltándose cada dos por tres.
En un momento surrealista, en El Comercio procura distanciarse de Donald Trump llamándolo “una persona bastante malcriada, intolerante”. Parece chiste, pero eso dijo. Como sí él no fuese eso mismo. Paradójicamente, desliza en sus intervenciones cosas como que él es “totalmente inclusivo”, o que solo busca “unir al Perú” y “hermanar a la gente”, para luego regurgitar sus ojerizas atávicas y encarnizadas. Particularmente contra lo que denomina el “poder caviar”, que, según él, controla “absolutamente todo”: la presidencia, la justicia, la fiscalía, las encuestas y los medios de comunicación.
Si gana, estamos advertidos, se levantarán en las plazas públicas las parrillas para quemar herejes, brujas y caviares. Decidan ustedes, pero por ahí va la cosa. El fundamentalismo cabalga de nuevo, y tiene el rostro de Rafael López-Aliaga.